20 de Diciembre de 1970
Estación del Norte. Madrid.
El frío congelaba hasta los huesos al operario de ferrocarriles que señalaba la partida de los trenes en el andén 1. La noche había sido larga y el trajín de viajeros era exagerado a pesar de que las fechas navideñas estaban demasiado cercanas. Los nudillos estaban enrojecidos a pesar de que los mitones se los cubrían y el largo bigote presentaba algunos síntomas de escarcha. Durante el último mes había habido un constante goteo de pasajeros que emigraban temporalmente a diversos destinos europeos para ver a sus familiares todavía exiliados en París o Berlín. No se le daba mucho tiempo de vida al régimen franquista aunque esa era una frase recurrente desde hace muchos años. A pesar del frío había gente con el suficiente humor como para leer los periódicos que empezaban a hacer los resúmenes del año saliente y las previsiones para el entrante. Sentados en los bancos helados de la estación esperaban pacientemente la llegada al andén de su correspondiente tren. Los altavoces anunciaron la inminente llegada del tren con destino París-Berlín-Varsovia. Era un servicio que recientemente se había puesto en marcha y al que no se le preveía un buen futuro debido a que en España no había un poder adquisitivo demasiado elevado. Era necesario ahorrar mucho dinero para poder hacer un viaje a Alemania y ver a los familiares que habían decidido probar suerte fuera de nuestras fronteras. De hecho, aunque nadie de los que iba a coger ese tren lo sabía, ese iba a ser el último viaje de ese lujo sobre raíles que se había dado en llamar “el Expreso del Exilio”. Normalmente utilizado por gente con alto rango, incluso de la nobleza madrileña y barcelonesa, en algunas ocasiones se podía observar a personas que, como era evidente tras una leve observación, no pertenecían a dicho estrato social y que podían permitirse el lujo de utilizarlo gracias a algunos apoyos de los partidos políticos que ejercían clandestinamente en España. Dichos partidos financiaban dichos viajes a algunos familiares de exiliados a cambio de informaciones a la vuelta. Esta situación propiciaba que, en algunos compartimentos hubiese algunas reticencias entre los viajeros de distintos grupos sociales. Los “nobles” no veían con buenos ojos que algunos obreros compartiesen un viaje tan largo con ellos, pero el billete estaba pagado y era difícil ubicar a todo el mundo a sus anchas. Además aquel viaje iba a ser de los más poblados en lo que a pasajeros se refiere.
El tren hizo su entrada en el andén 1 y mostró toda su grandeza a los que esperaban impacientemente el momento de subir a él. Una gloriosa máquina exportada de Alemania que daba un vuelco a cualquier vehículo semejante que hubiera pisado los raíles de la estación madrileña. A pesar de que el año anterior el Talgo ya había hecho sus pinitos internacionales llegando hasta Ginebra, el Expreso del Exilio era mucho más que un tren. Era un Rolls Roice que contaba con vagón-bar, literas, guardería y muchísimos lujos a las que la España de la época no estaba acostumbrada. Por desgracia, aquel sería su último viaje.
- ¡Pasajeros al treeen!.- gritó el operario mientras agitaba el banderín rojo con, no se sabe que intención.- ¡ Los viajeros con destino Barcelona, París, Berlín y Varsovia vayan subiendo al tren, por favor!.
2 comentarios:
y tiene que ser a barcelona no joder como empezamos a dar por saco con la historia.un saludo muuuuuuuu desfrecuenciao
Berlín,pone Berlín y después Varsovia. En Polonia, por si te gusta mas...
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